lunes, 10 de junio de 2013

SER MUJER Y MADRE: EL DESAFÍO DE HOY

Desde hace unas décadas, las mujeres han cosechado ganancias para sí mismas y en los roles que desempeñan. La imagen de sumisión quedó atrás. Hoy pueden elegir entre diferentes alternativas, todas dinámicas y modificables: renunciar a la vida de hogar, aceptarla con dignidad, defender la independencia o hacer convivir ambas formas. El objetivo es sostener e incrementar los logros conseguidos y decidir el momento de la maternidad.

Dr. Walter Ghedin

Las damas de hoy pueden optar. Pero hay que recordar que los cambios logrados costaron “sangre, sudor y lágrimas” y que la frase de Simone de Beauvoir “mujer no nace, mujer se hace”, explica claramente cómo los condicionantes sociales modelan las dinámicas de género tanto para la sumisión como para la libertad. La sumisión ha sido el imperativo del medio; la defensa de los derechos la fuerza vital liberadora.

Las mujeres modernas necesitan proteger las conquistas logradas durante tantos años por el accionar de luchadoras, enroladas o no, en movimientos feministas. No sería bueno traicionar los avances en materia de construcción de la subjetividad femenina, por ejemplo: autonomía, liberación del patriarcado, acceso a trabajos dignos y lugares de poder, decisión sobre la maternidad o el uso de métodos anticonceptivos.
Sostener e incrementar los logros es el desafío que tienen actualmente las mujeres. Sin embargo, no es una constante. Muchas están insatisfechas con sus vidas, como si no pudieran conciliar los baluartes rígidos de género con la autonomía conseguida. Las escucho quejarse por no poder conciliar las tareas de hogar con sus trabajos, por no delegar o pedir más compromiso a los hombres o por experiencias afectivas frustrantes que se reiteran. Las quejas, la angustia, los reproches, las alejan de sus condiciones personales. Los reclamos van dirigidos hacia el entorno: el trabajo, las demandas del hogar, los hijos, los amigos, los hombres, como si todos ellos tuvieran que responder, atenuar y, por qué no, “modelar” nuevamente sus intereses, sus cuerpos y sus capacidades.

Las mujeres deben aceptar que la firmeza de sus acciones se encuentra en el interior de sí, en sus potencialidades, en sus dones personales. Basta de demandar, de poner el problema afuera. La singularidad como valor humano va de la mano de la autonomía, de la congruencia esencial con uno mismo.


¡Por ahora, no!

Las mujeres que desplazan la maternidad no quieren quedar entrampadas ni en un rol social, ni en una estructura que no tiene muchos matices. No rechazan el deseo, se oponen a ser parte de un sistema de relaciones y circunstancias predecibles que coartan la libertad. Pensemos en las responsabilidades del cuidado de la prole: alimentación, afecto, seguridad, cuidado, atención, educación, adaptación de las actividades y de la vida hogareña a las exigencias de la crianza.

No obstante, existe un número considerable de mujeres que decide su maternidad tardíamente, luego de haber concretado otros ideales o –simplemente- porque el tiempo ha pasado y no han encontrado aún una pareja acorde con sus expectativas.

En el primer caso, la postergación del deseo se basa en una decisión radical: no puedo ocuparme de ser madre mientras lucho por un lugar laboral o profesional.

En el segundo caso, la cuestión tiene aspectos más profundos que no se basan en determinantes culturales (ocupar un rol jerárquico o logar autonomía personal mediante el desarrollo profesional), sino en un ideal de pareja que debe ser colmado, como si la figura del hombre tuviera que encajar con exactitud en el esquema que la mujer ha preconcebido, algo así como haría una llave dispuesta a abrir la cerradura de un deseo demasiado pretencioso. Y buscan con ansiedad un hombre que, aunque no represente en lo más mínimo los ideales de pareja o amante, les pueda aportar “la semilla” que falta para completar la concepción. Estas mismas mujeres, duchas en el arte de “cortarse solas”, seguirán con la misma tesitura de vida, sólo que ahora establecerán una sólida alianza con su hijo, símbolo máximo del logro individual.



Dr. Walter Ghedin. Médico psiquiatra y psicoterapeuta.

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